Era 1807 en San Isidro, José y yo estábamos
enlistados en el primer escuadrón de la batalla contra la segunda invasión
inglesa.
Estábamos a punto de iniciar nuestro
entrenamiento diario cuando de pronto llegó un mensajero en su caballo, vestido
con un buen traje, sus botas de cuero, un gran sombrero y un morral que
atravesaba su pecho, pero bastante apresurado, y dijo:
- Traigo noticias urgentes para el sargento.
¿Qué es lo que pasa aquí? – pregunto el
sargento Torres que llegaba en ese momento, dentro de su uniforme impecable de
color azul y blanco, y sus botas negras relucientes.
- Una carta, sargento, urgente desde el puerto
de Buenos Aires.
- Muchas gracias – respondió el sargento.
Leyó la carta. Enseguida nos hizo montar nuestros
caballos y partimos hacia el puerto. Esos pocos kilómetros que hicimos con José
fueron los más nerviosos que habíamos hecho alguna vez. Nosotros no estábamos
seguros de si nos estaban trasladando a otro campo de entrenamiento militar o
íbamos hacia la batalla contra los ingleses. De ser así no sabíamos qué hacer y
nunca habíamos manejado un arma.
En cuanto llegamos, vimos a los sobrevivientes
de la primera invasión marchando, entre ellos Juan Martín de Pueyrredón, el
líder del primer escuadrón de Húsares.
Nuestro sargento dijo:
- ¡Soldados, aquí venimos a pelear con honor,
ganar con honor o morir con honor! Tienen cinco horas para prepararse antes de
que la batalla comience.
¿Entendido? - En ese momento todos estábamos
nerviosos, pero con fuerza y entusiasmo respondimos: “¡SI!”
Pero luego reaccioné y pensé en la frase. En
ella se encontraba la palabra “batalla” y enseguida me pregunté si es que iba a
volver a ver a mi familia, o si José iba a volver a ver a la suya o si alguno
de todos esos soldados iba a volver a ver a sus seres queridos, entonces escribí
una carta a mi esposa Margarita contándole lo ocurrido. También podía ver a
José rezando por sus hijos y su esposa Anabela, de quien yo muy amigo era y con
quien muy bien me llevaba.
Estábamos
muy alterados y ninguno de nosotros sabía qué podía pasar. Lenta y
ordenadamente avanzábamos hacia la guerra, que no sabíamos que iba a durar tan
solo cinco días, pero fue muy difícil mantenerse con vida. De hecho, uno de
esos días, un inglés estaba frente a mí y se me había caído el mosquete, yo
estaba al borde de la muerte cuando tu gran padre, José, se puso frente a mí y
me salvó la vida. En ese momento sentí que tuve otra oportunidad, mientras
perdía a un gran amigo, tu padre, quien fue el más valiente de todos los
soldados muertos en esas invasiones.
Como José había sido uno de mis mejores amigos
sentí el deber de informarle a tu madre el fallecimiento de él. Y ella no sabía
cómo iba a hacer para cuidar de ti y de tu hermana sola, sin ayuda.
Yo iba
una vez por semana a tu casa a ver cómo estaban y a ayudar a tu madre, pero
hubo una semana que no me presenté y a la semana siguiente ella me contó que
había conocido a un muy simpático muchacho llamado Javier con el que un año más
tarde se casó y hasta hoy siguen conviviendo
A pesar de que faltan algunos acentos, muy buen relato, Juan! Disfruté mucho leyéndolo!
ResponderBorrar