jueves, 19 de septiembre de 2013

Un gran amigo

Era 1807 en San Isidro, José y yo estábamos enlistados en el primer escuadrón de la batalla contra la segunda invasión inglesa.
Estábamos a punto de iniciar nuestro entrenamiento diario cuando de pronto llegó un mensajero en su caballo, vestido con un buen traje, sus botas de cuero, un gran sombrero y un morral que atravesaba su pecho, pero bastante apresurado, y dijo:
- Traigo noticias urgentes para el sargento.
¿Qué es lo que pasa aquí? – pregunto el sargento Torres que llegaba en ese momento, dentro de su uniforme impecable de color azul y blanco, y sus botas negras relucientes.
- Una carta, sargento, urgente desde el puerto de Buenos Aires.
- Muchas gracias – respondió el sargento.
Leyó la carta. Enseguida nos hizo montar nuestros caballos y partimos hacia el puerto. Esos pocos kilómetros que hicimos con José fueron los más nerviosos que habíamos hecho alguna vez. Nosotros no estábamos seguros de si nos estaban trasladando a otro campo de entrenamiento militar o íbamos hacia la batalla contra los ingleses. De ser así no sabíamos qué hacer y nunca habíamos manejado un arma.
En cuanto llegamos, vimos a los sobrevivientes de la primera invasión marchando, entre ellos Juan Martín de Pueyrredón, el líder del primer escuadrón de Húsares.
Nuestro sargento dijo:
- ¡Soldados, aquí venimos a pelear con honor, ganar con honor o morir con honor! Tienen cinco horas para prepararse antes de que la batalla comience.
¿Entendido? - En ese momento todos estábamos nerviosos, pero con fuerza y entusiasmo respondimos: “¡SI!”
Pero luego reaccioné y pensé en la frase. En ella se encontraba la palabra “batalla” y enseguida me pregunté si es que iba a volver a ver a mi familia, o si José iba a volver a ver a la suya o si alguno de todos esos soldados iba a volver a ver a sus seres queridos, entonces escribí una carta a mi esposa Margarita contándole lo ocurrido. También podía ver a José rezando por sus hijos y su esposa Anabela, de quien yo muy amigo era y con quien muy bien me llevaba.
          Estábamos muy alterados y ninguno de nosotros sabía qué podía pasar. Lenta y ordenadamente avanzábamos hacia la guerra, que no sabíamos que iba a durar tan solo cinco días, pero fue muy difícil mantenerse con vida. De hecho, uno de esos días, un inglés estaba frente a mí y se me había caído el mosquete, yo estaba al borde de la muerte cuando tu gran padre, José, se puso frente a mí y me salvó la vida. En ese momento sentí que tuve otra oportunidad, mientras perdía a un gran amigo, tu padre, quien fue el más valiente de todos los soldados muertos en esas invasiones.
Como José había sido uno de mis mejores amigos sentí el deber de informarle a tu madre el fallecimiento de él. Y ella no sabía cómo iba a hacer para cuidar de ti y de tu hermana sola, sin ayuda.
          Yo iba una vez por semana a tu casa a ver cómo estaban y a ayudar a tu madre, pero hubo una semana que no me presenté y a la semana siguiente ella me contó que había conocido a un muy simpático muchacho llamado Javier con el que un año más tarde se casó y hasta hoy siguen conviviendo