sábado, 27 de abril de 2013

La paciencia de un sabio


Había una vez, en el sur de China, en lo alto de una montaña, un hombre muy espiritual, el cual practicaba mucho el taichí. Era muy calmo y bastante callado. Por lo general, era muy paciente.
Un día, su hermoso perro color chocolate, empezó a ladrar.
- ¿Qué le pasara al perro? – dijo el chino, quien estaba concentrado en su práctica físico-espiritual. El señor fue a ver qué era lo que le sucedía a su perro, que por lo general era tan calmo como él. Cuando llegó al pequeño jardín donde el animal estaba, él dijo: “¡Qué alboroto!”, e inmediatamente se dio cuenta de que se trataba de un ave. Para que el perro dejara de ladrar y para que él pudiera volver a su práctica de taichí, le abrió la puerta para que entrara a la casa. En ese preciso instante el perro dejó de ladrar y se sentó al lado de la puerta.
- ¡Al fin se calmó! – dijo el señor. El maestro, aliviado, volvió a su lugar espiritual.
Luego de un rato su mascota volvió a ladrar. Otra vez el maestro fue al  jardín y se dio cuenta de que, sobre la mesa de exterior, estaba posada la misma ave que hacía rato no aparecía. Pensando y pensando, al gran hombre se le ocurrió una lúcida idea: su plan era enjaular al ave, adoptarla como mascota y mantenerla lejos de la vista del perro.
Y así fue como el perro, el ave y el practicante, volvieron a hacer que la paz reinara en esa humilde casa.

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